sábado, 9 de julio de 2011

Douglas Harding, un sabio de Occidente 3


Otro ejercicio que Mr Harding dirige con su voz profunda:

“Apunten con el dedo hacia la pared que tienen delante. Vean como es sólida y opaca… Ahora, bajen lentamente el dedo hasta que apunte al suelo. Siguen designando algo, una superficie… Ahora, giren la mano y apunten el dedo hacia sus pies… sus piernas… su tronco… su pecho… Siempre algo, superficies… Finalmente, apunten hacia lo que se encuentra encima de su pecho… hacia su cuello… su rostro… sus ojos. O mejor dicho, hacia ese lugar donde los demás le dicen que encuentran ojos, su rostro…

Ya no apuntan hacia ninguna superficie, ya no designan nada. Observen que esto está desprovisto de rasgos, de color, eso es transparente, sin límite. Mantengan el dedo apuntando, contemplen la vacuidad. Lo vasta y profunda que es esta nada que está allí donde apunta su dedo…

Y vean que, simplemente porque está tan vacía de todo, está disponible para todo. Vean como la llena todo este decorado cambiante y coloreado, las paredes, el techo, las ventanas, estas piernas, este tronco y el dedo que apunta. Vean como esta nada que son, es todo lo que se despliega… ¿Han sido alguna vez otra cosa que esta nada que lo incluye todo?”.

Aquí también, la experiencia resulta concluyente.

“Muy bien, pero, ¿y luego?”, me pregunto mientras prosigue nuestro taller en el Espace Bleu. Porque no basta con ver o entrever mediante “trucos” como los que ha ideado Harding para encontrarse asentado de modo permanente en esta visión. No dudo de que Douglas haya “decapitado” así a miles de personas sin que por ello su existencia se haya visto transformada de un modo duradero y profundo. ¿No es todo esto un poco light?

Una lectura profunda de la nueva edición inglesa de Vivir sin cabeza (On having no head) disipará mis dudas. En efecto, esta edición incluye una larga sección, titulada “Bringing the story up to date: the eight stages of the headless way” (Puesta al día: las ocho etapas de la vía sin cabeza).

Aquí, el autor reconoce que en dicho camino, como en todos los que son dignos de dicho nombre, muchos son los llamados pero pocos los elegidos. Muchos son los llamados, en la medida en que la visión inicial está al alcance de todos; pocos los elegidos, porque raras son las personas dispuestas a hacer de esta visión el inicio de un trabajo de largo alcance.


Gilles Farcet

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