lunes, 11 de octubre de 2010

La resistencia


Éste es un tema muy interesante puesto que supone cobrar conciencia de la vergüenza que nos provoca nuestra riqueza. Es como si, al despertar por la mañana, descubriésemos que nos ha tocado la lotería universal y que somos dueños de todo el universo, incluyendo las extrellas más lejanas.
En ese caso, podemos preguntarnos, ¿por qué no va todo el mundo corriendo a comprar un número, especialmente cuando es seguro que todos van a ser ganadores? Bien, lo que me dice el resto de las personas es que yo soy, en mi propio centro, lo mismo que parezco ser a cierta distancia o que yo soy, para mí mismo, exactamente lo que soy para ellos. ¿Y quién soy yo para discrepar con todas esas personas? Especialmente, puesto que deseo pertenecer a la humanidad y quiero formar parte de ella. (Necesito ser aceptado) ¿Acaso no me convertiría en un marginado si fuese por ahí diciendo que no tengo cabeza? (No hay mucha gente capaz de admitirlo.) ¿Acaso los demás no pensarán que estoy loco si les digo que contengo al mundo? (No nos relacionamos con locos raros) Tal vez digan que soy estúpido (Ya se han reído de mí bastante.) De cualquier modo, es una excentricidad y una burla afirmar que uno es Dios. Denota un orgullo desmedido, por no hablar de la herejía (Completamente
inaceptable) Y, por último, es ridículo y estúpido. (Pero yo no soy
ridículo ni estúpido.) Para la mayoría de nosotros, la presión social al respecto es
abrumadora, razón por la cual nuestro rechazo del estado sin cabeza es perfectamente comprensible. También hemos invertido mucho tiempo e ingentes esfuerzos en
imaginar cual es nuestra identidad para poder presentarla a los demás. Sí, sabemos que nuestro rostro tan sólo es una cosa muy pequeña y, en consecuencia, cambiarlo por el mundo no parece un mal negocio, pero tenemos miedo de haber despilfarrado una cantidad enorme de tiempo y energía. No podemos afrontar ese hecho. Somos incapaces de admitir que nos hemos equivocado. Puesto que ya hemos construido la casa, ahora queremos vivir en ella. Esa reacción también es muy comprensible. Otro obstáculo que puede impedir la Visión (de ver lo que realmente somos) es que, cuando nos convertimos en nada -algo que ahora y siempre hemos sido- tomamos el dolor y el sufrimiento del mundo como su gloria y disfrute. Tampoco sorprende que eso nos repela. Sí, es cierto, cuando vemos que estamos ausentes aquí, en el centro,
descubrimos que reaparecemos ahí, en todo lo que pueda presentarse. Y eso puede ser maravilloso. Nos transformamos en el rostro de un amigo, en el aroma de una flor, en una estrella brillando en el firmamento, en la pieza musical que más nos gusta. Esas cosas son fáciles de acoger. ¡Qué encantador es no tener rostro frente a un
niño que rie y juega! Pero, ¿qué ocurre con el sufrimiento de nuestro prójimo? La verdad es que no resulta tan sencillo. La Visión significa que, a la postre, podemos lavarnos las manos porque no somos nadie. Ésa es la línea divisoria. La verdad es que
incluimos a los demás. Dado que estamos vacíos, también somos ellos. En ocasiones, es difícil y doloroso. ¿Pero de qué manera la conciencia de nuestra identidad afecta a las relaciones que mantenemos con los demás? ¿Qué supone esa conciencia cuando nos
encontramos por la calle con un sin techo o miramos el telediario y somos testigos del sufrimiento del mundo? No podemos responder a esa pregunta de manera superficial. El primer paso consiste en ver lo que realmente somos cuando nos encontramos en cada una de esas situaciones. Después, hay que ver lo que estamos decididos a hacer. En ese caso, seremos dirigidos por nuestra verdadera naturaleza.
Tal vez todas las resistencias tengan su origen en el miedo a la muerte. La visión de nuestra propia vacuidad es tan incómoda como la extinción y la muerte. No queda de nosotros el menor rastro. (¡Malas noticias!): nada que ser, nada a lo que aferrarse, ni siquiera la vida. ¿Pero acaso lo más importante no es estar vivo, ser algo? No sorprende que nos resistamos a aceptar nuestra vacuidad. No queremos
partir. No queremos morir. La paradoja es que esa extinción total de nosotros mismos en el centro equivale a la completa salvación. Es una muerte que pone fin a la muerte porque, en el momento en que cruzamos la línea extraordinaria que hay bajo nuestro pecho -hacia el abismo infinito- la muerte no puede seguirnos. Lo único que puede seguirnos es la abundancia de la vida.
Seguramente mucha gente conoce la historia del sirviente que fue al mercado a comprar comida y se encontró con la Muerte. Se asustó tanto que corrió a buscar a su maestro para decirle lo que había sucedido, recoger sus cosas y salir huyendo a Samara, una ciudad que se hallaba a bastantes kilómetros de distancia. Pero no le
importaba. Lo único que quería era elejarse de la muerte tanto como pudiese. Quería vivir. Mientras tanto, la Muerte se quedó en el mercado muy sorprendida. Estaba extrañada de haber encontrado al sirviente por la mañana puesto que creía que iba a verlo en Samara esa misma noche. Y Samara estaba bastante lejos... ¿Cuál es el lugar al que no puede seguirnos la Muerte? Está mucho más cerca de lo que creemos.


Todo lo que tiene forma, sonido y color
puede ser clasificado como cosa.
pero uno puede alcanzar lo Informe
y vencer a la muerte.
Chuang-tzu


Richard Lang

No hay comentarios: